25 millones de euros. Veinticinco millones. Anuales. Es el coste que suponen para Renfe los grafitis y su limpieza, junto con los gastos derivados de ella (mantenimiento, vigilancia, prevención, traslado de trenes para limpiarlos, etc.). Una cifra que este año y los siguientes puede aumentar. Todos los indicadores confirman que el vandalismo grafitero va a más. Y esto es un problema para el que no se ha encontrado solución, más allá de contratar más vigilancia y una futura implantación de drones. Hay que valorar que el personal de seguridad contratado por Renfe ha evitado, según el operador, 1.194 incursiones grafiteras en 2023.
Aún así, es insuficiente. Renfe ha denunciado que durante el año pasado se pintaron cerca de 80.000m² de superficie en trenes y el problema generó un gasto de más de 25 millones de euros (cerca 70.000 euros diarios).
A lo largo del año, se denunciaron 3.977 intrusiones de grafiteros en sus instalaciones, una media de más de 11 actos vandálicos de este tipo al día. La limpieza de las pintadas sumó 15.000 horas de trabajo.
El problema no es exclusivo de Renfe. También lo sufren otros operadores o sistemas ferroviarios autonómicos y locales. Por ejemplo, un tren de Iryo fue vandalizado antes de que el operador empezara a prestar servicio. El año pasado, Metro de Madrid sufrió 195 pintadas que supusieron un gasto de 565.000 euros.
Las consecuencias de los grafitis van más allá de los costes económicos. Estos ataques generan otros problemas como el retraso o la suspensión de los trenes pintados, la retirada de vehículos a talleres a pesar de no presentar fallos técnicos, posible afección a los viajeros (con sus correspondientes indemnizaciones) si el tren no puede continuar su viaje tras la pintada. Además, la laca antigrafitis que hay que poner en cada tren después de su pintado supone un coste adicional.
Y lo más grave de todo: las agresiones que sufren algunos viajeros.
Ataques cada vez más sofisticados
Durante estos últimos años el problema se está recrudeciendo porque los grafiteros actúan cada vez de manera más organizada.
Un ejemplo es el de la Comunidad Valenciana. Hay registradas bastantes agresiones hacia el personal de seguridad y de las empresas ferroviarias. Según publicó Las Provincias en octubre de 2020, llegan a emplear palos, piedras y pistolas eléctricas.
En el metro de Madrid, durante la madrugada del sábado 12 de agosto de 2023, un grupo de entre 15 y 20 grafiteros encapuchados entraron a la fuerza en la estación de Estadio Metropolitano de la línea 7. Algunos, incluso con bengalas para dificultar su identificación. Durante la madrugada siguiente, el objetivo fue la estación de Puerta de Arganda, de la línea 9, donde agredieron a una vigilante de seguridad y le rociaron un aerosol en la cara.
Otro acto más cometido por este tipo de delincuentes sucedió en la madrugada del 4 de noviembre de 2018. Unos 34 grafiteros pintaron un tren que prestaba servicio en la línea 4 del metro de Barcelona tras accionar el aparato de alarma. No contentos con esto, los atacantes agredieron a varios viajeros que les increparon, atreviéndose incluso a atacar a una mujer embarazada, pintándole la cara con un spray.
El 10 de octubre de 2023, un grupo de 62 grafiteros entró en la estación de Vall d’Hebron, cabecera de la línea 5 del metro de Barcelona. El objetivo, pintar uno de los nuevos trenes de la serie 7000.
Vandalizaron cuatro trenes y uno de los grafiteros agredió físicamente a un guardia de seguridad. En este caso, el ataque fue realizado por personas de distintas nacionalidades que se habían coordinado en Centroeuropa.
Más clásicos son los ataques a trenes nuevos o exclusivos, como el que sufrió uno de los trenes de la serie 106 en Zamora, en febrero de 2023, durante la homologación. Este tipo de pintadas suelen tener una contraprestación económica, como los 22.000 euros que se ofrecía a la banda de grafiteros que lograra pintar el tren formado por los coches M-9 y R-9 del metro de Madrid. Es el tren en el que viajó el Rey Alfonso XIII durante la inauguración de la red y que se encuentra expuesto, completamente restaurado, en la estación de Chamartín con vigilancia 24 horas.
Estos son sólo algunos de los cientos de casos de ataques de grafiteros que no cesan porque ni las autoridades ni las empresas ferroviarias saben cómo hacerles frente.
Medidas adoptadas
Para intentar eliminar o al menos reducir estos ataques en la medida de lo posible, han sido tomadas medidas como contratar a más personal de seguridad o aumentar el número de cámaras de vigilancia. Además, en octubre de 2023, Renfe adjudicó a Securitas un contrato de servicio de seguridad con drones por valor de 1,4 millones de euros por un periodo de 13 meses.
Hasta ahora, poco efecto han tenido las medidas adoptadas. Aunque los refuerzos en personal de seguridad han evitado más pintadas o que sean de mayor tamaño, seguimos enfrentando un grave problema. Se está aumentando el gasto para unos resultados que son insuficientes.
En cuanto al tema del personal de seguridad, el incremento de vigilantes puede tener efecto disuasorio en las estaciones. Pero, ¿qué hacer cuando el ataque tiene lugar entre dos estaciones? ¿O cuando detienen un tren en el interior de un túnel? El aparato de alarma permite a los delincuentes detener el tren en cualquier lugar, a kilómetros de distancia del vigilante de seguridad más cercano. La rapidez con la que actúan hace imposible que se pueda evitar el grafiti. Llevar un guardia de seguridad en todos y cada uno de los trenes disuadiría a los grafiteros de realizar sus fechorías, pero supondría un enorme coste económico.
Muchos ferroviarios lamentan que, aunque se detenga a grafiteros, las penas suelen ser muy laxas y no ejercen ningún efecto disuasorio en quienes quieren seguir cometiendo estos ataques contra bienes públicos.
Una nueva solución para una vieja lacra
Si bien una legislación más dura ayudaría a reducir el número de acciones vandálicas, seguramente no acabaría con el problema de manera permanente. En Trenvista recogemos una innovadora propuesta del almeriense Emilio Lirola, que quiere desarrollar un sistema… basado en humo.
La propuesta parte de la premisa de que, si el grafitero no puede ver bien el tren, tampoco lo puede pintar.
Por ello, Lirola propone instalar en cada tren un sistema que arroje humo a las personas que intentan pintarlo. Estaría basado en dos pequeños tubos microperforados que se instalarían horizontalmente en el lateral de cada coche de viajeros, conectados a una bomba de humo.
El maquinista, la tripulación o el personal de seguridad podría accionar el sistema desde la cabina o en remoto, ya sea en todo el tren o en un coche concreto, en el momento de sufrir un ataque de grafiteros. Si aún así intentan culminar su trabajo, la cortina de humo lo ralentizaría, dando más tiempo al personal de seguridad para llegar al lugar.
De manera complementaria, el sistema podría verter, sobre la superficie que se está intentando pintar, alguna sustancia que impida que la pintura se adhiera a la superficie del vehículo. Por lo que, aunque el grafitero lo intente, le costaría ver el resultado y este sería malo. Según informa Lirola, los grafiteros admiten en algunas entrevistas que prefieren no pintar a no pintar bien a fin de no quedar en evidencia frente al resto de grupos.
Emilio Lirola sabe que los grafitis suponen un quebradero de cabeza para las compañías, y que los usuarios tienen que sufrir las consecuencias de unos actos que ya hace tiempo dejaron de ser considerados una gamberrada porque se han convertido en algo mucho más serio. Por este motivo, está realizando gestiones para presentar su propuesta en diversas instancias y que las empresas del sector la implementen. Quien quiera más detalles sobre su funcionamiento, le puede escribir a [email protected].
